Lunes
1 de Septiembre de 2014
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Ecología
Efectos de la matanza de patos

Por Lucy Lorena Libreros, Reportera de El Pais

El viento helado que comienza a soplar desde septiembre es la primera señal de alerta. Les indica que deben preparar el equipaje, acumular grasa y energía, mudar el plumaje y salir en búsqueda del calor del trópico.

Los ‘anas discors’ o patos canadienses saben que el viaje es inminente y que dos semanas de un largo recorrido los salva de morir del hambre y del frío inclementes que les espera en Norteamérica.

Todos, grandes y chicos, alzan vuelo en bandadas de hasta 8.000 individuos que en los 15 años que pueden vivir alcanzan a completar hasta 12 viajes de este tipo.

En su aventura atraviesan todo Centroamérica aunque el lugar que finalmente los acogerá con su calorcito delicioso es el norte de Suramérica, especialmente Colombia, donde se ‘hospedan’ en los humedales más grandes del país.

Una vez terminadas sus vacaciones les espera su proceso de reproducción a partir de las parejas que se han conformado durante su paseo en tierras del sur.

Pero este año el destino les jugó una mala pasada a cerca de siete mil aves de esta especie que una vez más escogieron los estuarios costeros, pantanos, lagunas y lagos de agua dulce de la Costa Norte colombiana para aprovisionarse de alimento.

El pasado sábado varios campesinos de la región de La Mojana, en Sucre, les tendieron una trampa mortal al colocar bajo las aguas de un inmenso humedal arroz envenenado con un raticida llamado Monocotofrox.

El resto de este amargo episodio ambiental le dio la vuelta al mundo: los noticieros de televisión mostraron cómo las autoridades, en aras de evitar una emergencia sanitaria, incineraban una montaña de patos canadienses muertos que, a más tardar en mayo, debían llegar nuevamente a su lugar de origen.

Sin embargo, las implicaciones ecológicas que traerá consigo la muerte de estas aves aún están por escribirse.

El dato clave
Ayer las autoridades de Córdoba encontraron en Saagún, Sereté y Montería algunas aves envenenadas que pretendían ser comercializadas, pese a la advertencia acerca del riesgo para la salud humana que esto representa.
Para los expertos, la mortandad de estas aves —conocidas también como patos caretos, cercetas de alas azules o pisingos, en la Costa Atlántica— constituye una lesión irreparable para un complejo ecosistema que se extiende desde Norteamérica hasta Suramérica.

“Al acabar con una población tan grande, donde había cientos de parejas reproductoras de la especie, se lesiona la futura multiplicación y evolución de estos patos. Incluso, puede representar hasta la extinción”, explica Carlos Andrés Galvis, biólogo del Zoológico de Cali.

El experto agrega, además, que la muerte de los patos implicará poner en peligro a otras especies de aves rapases y varios depredadores, cuya alimentación se basa, en parte, en del pisingo.

La inquietud se centra ahora en cómo será la próxima migración de este pato, pues se trata de una especie que suele desplazarse en grandes manadas hacia Colombia y es el pato migratorio y residente de invierno más abundante y de más alta distribución en el país.

“En la costa norte los patos prueban exquisitos manjares tropicales y se dedican a recuperar la energía que perdieron en el par de semanas de travesía. Toman agua y luego la filtran a través de unas pequeñas barbas de su pico, dejando dentro sólo el material orgánico recogido en ella. En Colombia se acicalan y cambian nuevamente su plumaje”, anota Fernando Castillo, de la Fundación Calidris.

Pero el campanazo de alerta se centra también en el tipo de prácticas de los campesinos de la Costa Caribe frente a los ‘anas discors’ y otras especies que suelen habitar los humedales de esta zona.

“La fauna es una parte importante de la alimentación de los pobladores de esa región. En La Mojana algunos inescrupulosos comercializan ilegalmente, además de los ‘anas discors’, hicoteas, babillas, huevos de iguana y ponches, que les generan al año más de 3.000 mil millones de pesos”, asegura Jaime León de la Ossa, autor del libro ‘Manejo de fauna silvestre tropical’.

La preocupación también se extiende al Valle del Cauca, donde un pariente cercano del ‘anas discors’ habita en varias zonas, entre ellas la Laguna de Sonso.

Se trata de la Iguaza María -o dendiocygna automnalis, por su nombre científico-del que existen unos doce ejemplares en el Zoológico de Cali.
Para el biólogo Galvis, a pesar de los esfuerzos por preservar la especie que hacen instituciones de este tipo, “preocupa que legalmente no es mucho lo que las autoridades pueden hacer pues las penas no superan los seis años de cárcel y es permanente la caza de cientos de aves migratorias”.

Así las cosas, cuando la primavera llegue nuevamente a Canadá habrá siete mil patos caretos menos que comiencen su apareo para prolongar la especie. Los mismos que no podrán volver a empacar sus maletas en septiembre y que, seguramente, no completaron los doce viajes al sur a los que la naturaleza les había dado derecho.




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