El editorial
¿Hora de cambiar?
Octubre 14 de 2007
Mientras la mayoría demócrata en el Congreso de los Estados Unidos y el diario The New York Times insisten en usar el Tratado de Libre Comercio con Colombia como herramienta para la campaña partidista en su país, el presidente Álvaro Uribe se reúne en La Guajira con sus colegas de Venezuela y Ecuador, en un gesto que indica la voluntad de buscar alianzas para asegurar su tranquilidad y desarrollo futuros.
Todo ello parece una señal clara de los nuevos tiempos que se vienen en América Latina. Por un lado, indica que la promovida idea de la globalización económica está causando problemas serios en el empleo de la Nación que se suponía la más beneficiada con la apertura de sus fronteras al comercio internacional. Al parecer, ni siquiera las cláusulas exorbitantes que les entregan grandes beneficios a sus productores en los TLC han aislado de la feroz competencia al empleo en los Estados Unidos y a las prebendas de que gozan sus poderosos sindicatos, protegidos por el Partido Demócrata, el beneficiario de sus votos.
Por el otro, están Panamá, Perú, Corea del Sur y Colombia, a la espera de que el Congreso estadounidense se digne aprobar lo que fue objeto de una negociación minuciosa, hecha con cautela y rodeada de no pocas presiones de su contraparte, que no vaciló en imponer su poder para satisfacer a sus sectores económicos. Ahora, esos países ya no están esperanzados sino preocupados porque el huracán antigubernamental en los Estados Unidos, encarnado por la nueva mayoría demócrata, puso en duda lo que parecía un asunto de trámite y los obligó a tomar medidas internas aun más drásticas para darle gusto a esa nueva realidad política.
El caso más sintomático de todo lo que está ocurriendo es el del TLC con Colombia, porque no se critica el contenido del tratado ni se mencionan los efectos nocivos que la negociación producirá en la economía de un país tradicional socio y aliado. Ahora, de lo que se trata es de atacar la política del presidente George W. Bush. Y qué mejor instrumento para conseguir audiencia en el electorado que hacer eco de los cuestionamientos contra el gobierno de Álvaro Uribe, casi todos infundados y fuera del contexto que debe rodear un tratado comercial.
Como consecuencia, el TLC se transformó en una desagradable forma de utilizar a nuestra Nación en la política interna, en lo cual cayó The New York Times. Porque ya no se está hablando de las ventajas y los problemas que genera el tratado, si no de ganar adeptos en los sindicatos y los sectores laborales de los Estados Unidos. Lo que lleva a pensar si vale la pena insistir en el TLC, cuando las nuevas mayorías políticas del hasta ahora aliado arremeten contra Colombia que, aunque con grandes problemas, muestra enormes progresos en el respeto a los derechos humanos y combate la violencia y el narcotráfico.
Pues bien, mientras en Washington ocurren tales desaciertos, en La Guajira se reunieron Álvaro Uribe, Hugo Chávez y Rafael Correa para inaugurar el gasoducto transoceánico que llevará gas colombiano a Venezuela. Allí se habló del ingreso de nuestro país al banco del sur, iniciativa que Chávez promueve como parte de su estrategia para desvincular a América Latina de la influencia de los Estados Unidos. Quizás ese deba ser el camino a seguir, ante la innecesaria arrogancia que parece imponerse en el Congreso de la Nación norteamericana.
Ya no se habla de las ventajas y los problemas que genera el tratado, si no de ganar adeptos en los sindicatos de EE.UU, lo que lleva a pensar si vale la pena insistir en el TLC, cuando las nuevas mayorías políticas arremeten contra Colombia.